Cuando oímos hablar de la palabra “impuesto o tasa” lo asociamos a pagos relacionados con un bien o un servicio. En el caso del turismo, hace ya algunos años que comenzamos a escucharlo referido a impuestos que intentan frenar y gravar las visitas masivas de turistas a un determinado destino. En este caso nos encontramos países como Francia, Alemania, Croacia…
En algunas ocasiones se gravan de forma concreta las estancias de un cliente, o simplemente el acceso a un parque natural, al que aparte del coste de la entrada hay que aplicarle un porcentaje que permite destinar ese ingreso a la mejora en las infraestructuras que permitan ser más respetuosos con el medio ambiente.
En algunos países o zonas en las que existe un turismo emergente, la llegada del turismo puede ser un reclamo importante que revitaliza economías en muchos casos limitadas y que permite la creación de nuevos puestos de trabajo.
Sin embargo, en otros casos, la aplicación de una tasa o impuesto se implanta para limitar la llegada masiva de turistas y por tanto para la preservación de riquezas naturales que de forma insostenible pueden llegar a perderse.
Como ejemplo podemos encontrar el caso de Islandia, que en los últimos años ha pasado de ser un destino remoto y caro a un destino de masas que recibe 5 veces más visitantes que su propia población.
Sin duda una iniciativa que espera que comience a dar frutos antes de que se puedan ver dañados tesoros naturales como los que alberga el país.
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